Las patas de la mesa
Estimados caballeros de noble holganza, otros seres adjuntos, alguna que otra ex novia que pudiera leer éstas palabras, hoy quiero referirme, no sin detalle, a las patas de la mesa. Muchos imberbes al decir del extinto General Cangallo dirán que las patas de la mesa son elementos sin importancia pero ya veremos.
Todos sabrán, estimo, que si una mesa no tiene patas es simplemente una tabla, un pedazo de algo cuya utilidad es relativa. Pero para que sea una mesa que se precie debe tener, al menos, cuatro patas sólidas, firmes, señeras (quise escribir eso y no señoras, por si alguno pregunta). Las patas de la mesa determinan la altura de la misma, su gracia, su estilo y hasta el balance que debiera tener. Supongo que nadie piensa en una mesa que se precie con cuatro patitas de morondanga (expresión ortodoxa para decir de mierda sin que la Real Academia Española se chive) o con una pata más corta que la otra. Las patas son, caballeros y gentiles, todo el valor que tiene la mera tabla que servirá de apoyo y lucimiento de cualquier cosa que se
quiera poner encima, esta en la fortaleza, rigidez y balance de las patas de la mesa. Nadie puede imaginar una cena importante si no hay una mesa digna. He ahi el terrible valor de las patas, del material que sean.
Hay patas de madera de pino, de roble, de vidrio, de metal, de cualquier cosa. Pero la gracia esta en la dignidad y orgullo con que las patas ofrecen la tabla al usuario de la misma. He ahi el secreto.
El rugby como estructura general es una mesa que se apoya en patas que deben ser firmes y sólidas. Una de esas patas es el respeto. El respeto por las reglas, por el adversario, por el compañero, por el referee y por el público, según donde uno se encuentre. El respeto es uno de los pilares en que éste hermoso juego se basa y no debe ser quebrantado bajo ningún aspecto. Algunos pocos dejan que su sangre les nuble temporariamente la vista y hacen alguna macana al respecto. Pero por suerte son los menos, por no decir casi ninguno, que lo hacen concientemente.
Otra pata de ésta mesa llamada rugby es la solidaridad. En cada momento del juego, en cada instante, sobre el verde césped o antes o después, la solidaridad enarbolada en la amistad, el don de gentes y en cada asistencia que uno hace para socorrer a un compañero en apuros, que a veces son deportivos y a veces son personales. Ya hemos visto a más de uno de los nuestros con una encrucijada y allí está el espíritu de cuerpo que lo asiste. Hace unos poquitos días un amigo me decía que no quería estar solo
porque se sentía mal y allí había enseguida otro amigo para acompañarlo en el mal momento. A mi mismo me han asistido en días negros. Gracias.
Otra pata de ésta increíble mesa es la caballerosidad. Somos ‘caballeros’ ante todo y como reza el dicho, aunque nos cueste, debemos ‘soportar con una sonrisa el desencanto de un revés’. Se es caballero dentro y fuera de la cancha. O sea, simplemente, se es un caballero.
Mi última pata que quizá sea la más importante es la amistad. Mucho se ha hablado de éste tema y quizá me reitere una y otra vez. pero es la amistad y en éste caso, la nueva amistad que nos sentimos entre casi todos la que nos mantiene unidos, solidarios, respetuosos y caballeros.
Es la amistad la que salta a defender a un miembro de la hermandad. Es la amistad que lo cuida, que se ofrece a ayudar, que esta presente.
Ultimamente y gracias al esfuerzo de unos pocos profesionales de nuestro deporte (y muchos menos amateurs) que lograron un hito deportivo en la tierra natal de Pierre, muchos opinan y mucho más se ha dicho sobre el viejo juego de balompié de la no menos vieja ciudad de Rugby. Y si bien el rugby como escuela de vida otorga un interminable libro de enseñanzas es cada uno de nosotros quien decide hasta dónde estudiar o aprender.
El rugby no forma seres perfectos pero sin dudas es el juego que más provoca ser las mejores patas de esa hermosa mesa que es el juego en sí.
Hace ya muchos añios, cuando no tenía ni idea de la vida y apenas cursaba mi primer grado superior (ya que no existía el segundo grado) tomé por primera vez entre mis manos una pelota con forma ovalada, sin darle mucha importancia, y asi pasaron sin darme cuenta mis primeros años de relación con el rugby. Pero un día el rugby decidió que ya era hora de formalizar nuestra relación y me llamó a sus filas. Y desde aquél día me encuentro ligado con pasión y con fervor al noble juego de la pelota ovalada, que tanto ha cambiado, diría que para bien, si no perdemos aquellos valores iniciales de los Clubes y los viejos maestros de rugby de cada Club.
Hoy, después de tanto tiempo, siento que las patas de la mesa de rugby me regalan respeto y enaltecen mi vida, de la mano de ese grupo de hermanos queridos y elegidos, no demasiado tarde en la vida, que son los VARBA.
Por M.M. (Varba)