El rugby como bálsamo
La columna de esta semana de Frankie Deges deja sentimientos encontrados. Un fin de semana que comenzó con los padres llevando a sus hijos a jugar al rugby y que termina acompañando el dolor que sufre la familia Tuculet y el Club Los Tilos.
Tal vez sea porque los infantiles ya empezaron a jugar al rugby, quizás porque Los Pampas XV jugaron su primer partido en Sudáfrica o porque varios planteles superiores empezaron con los amistosos, pero ¿estoy sólo en sentir que ahora sí arrancó el rugby?
Si, entiendo la ironía que desde este espacio vengo repitiendo que el rugby actual es un deporte de todo el año; uno en que los jugadores del más alto nivel ya tienen planificado su descanso y quienes aspiran a ese nivel no descansan en su afán de no perder ese estado atlético que tanto costó conseguir.
Me pasó el domingo cuando, en un encuentro casual con el Yankee Martin, entrenador del Plantel Superior del SIC, la primera pregunta que le hice no fue acerca de sus vacaciones, sino sobre cómo andaba su club. “Jugamos el primer partido del año contra CUBA. Jugamos bien; cuatro tries a cero”, me contestó.
Hay clubes que ya van por su segunda semana de partidos preparatorios para el campeonato; hay equipos de gira. Lo que está pasando es que los clubes ya se sacaron la modorra del verano, los buffets empiezan a estar más llenos, el movimiento es más social y los martes y jueves son noches de entrenamiento para los más grandes.
La fuerte lluvia de la semana pasada en el Gran Buenos Aires hizo que varios clubes suspendieran el arranque de infantiles; si llegaba a suspenderse nuevamente este sábado por la lluvia de la madrugada, la desazón de los chicos hubiera sido gigante.
Que mis dos hijos más chicos estuviera listos a las ocho menos cuarto de la mañana, cambiados y con los botines puestos cuando en la semana es una lucha despertarlos para ir al colegio, fue un claro indicio de que el rugby abandonaba finalmente las vacaciones y empezaba a ser una cosa de todos los fines de semana.
El primer día fue increíble. Cientos de chicos se acercaron a seguir divirtiéndose con el rugby o a conocer este deporte en los distintos clubes del país. Había de los que ya cargaban varios años a pesar de seguir siendo gurrumines de infantiles o quienes gracias al boca a boca quisieron, de la mano de sus padres, empezar el camino a ser puma. La posibilidad de que lleguen a ese Olimpo es ínfima… el proceso es lo que vale la pena.
Por eso, cuando me enteré de la maldita inseguridad que se llevó uno de los nuestros, sentí un vacío en el alma. No conocí a Juan Tuculet ni a su familia, pero así como los diarios rápidamente hablan del rugbier, si alguno de nuestra fraternidad está involucrado en un acto no deportivo, la realidad es que de alguna manera u otra, estamos todos conectados. La familia del rugby existe y hay un ADN común en todos nosotros que es distinto al de otros deportes.
No voy a decir que el nuestro es el mejor deporte del universo deportivo porque no lo creo. Tiene bondades y miserias parecidas a otros deportes; por suerte es el que hace muchos años mi padre eligió para él, me llevó a que yo lo eligiera para mí y luego elegí para mis hijos – por suerte, ya lo están eligiendo ellos mismos, como me di cuenta cuando me despertaron el sábado dos largas horas antes de la hora de partida hacia el club.
Pienso en como una familia de reconocida trayectoria rugbística, parte enorme de un club como Los Tilos, hoy llora la ridícula muerte de un hijo, hermano, primo, amigo, compañero. Uno de los suyos. Un chico que hace muchos años habrá empezado su temporada en infantiles, orgulloso de su camiseta verde que vistieron antes que él tantos familiares. Pienso en el recorrido de mis sobrinos y el lugar que se ganaron en el club después de tantos años e imagino que así era Juan en Los Tilos.
El recrear lo que vi ayer en mi club, tanto amor entre entrenadores y entrenados, padres e hijos, amigos, el sufrimiento que debe embargar a ese club por la partido temprana e innecesaria de uno del mismo riñón.
No tengo idea qué fue lo que pasó – hay crónicas policiales en diarios y websites que darán su versión de los hechos. Sí queda claro que hay mucha locura en la calle y que la inseguridad es algo que nos asfixia a diario y nos pone en riesgo en cada esquina, en cada semáforo, en cada viaje en el tipo de transporte que sea.
No soy de una generación tan lejana de la actual (nací en el ’68). Siento que los jóvenes de hoy viven cosas que nosotros no vivimos. Hay un desenfreno, una liberación y una velocidad que es difícil de entender desde la tranquilidad de una vida familiar y con un hijo pre-adolescente y dos niños. Asusta, sí, lo que se viene y el deterioro que hay y que crece.
Es ahí donde el rugby tiene un rol casi diría que social, buscando frenar ese descontrol, trabajando en los jóvenes para que sepan para dónde tomar cuando se encuentre en una encrucijada.
No lo logra completamente, porque es más fuerte lo que pasa fuera de los confines de los clubes los viernes o sábados a la noche. Sí por lo menos los aleja de la joda, de los vicios, de la inseguridad, del descontrol de la joda, por algunas horas en la semana, entonces sirve el rugby como elemento protector ante la locura reinante.
Poco de todo esto saben todos esos chicos que en todo el país en forma masiva el domingo corrieron con una pelota o detrás de ella.
Con su inocencia a cuestas, su vida es mucho mejor que la de nosotros adultos que luchamos en un país que no nos protege, que no nos ayuda, que nos maltrata, que nos va robando de a poco la ilusión de un mejor futuro.
Por suerte, tenemos el rugby como bálsamo.
Por Frankie Deges
A Pleno Rugby