Un detalle de mi vida – Parte I
Queridos amigos, creo que es hora de contarles una parte de mi vida que algunos conocen al detalle, otros solo por oídas y los muchos mas no tienen idea, pero he cargado con este asunto por muchos años y quizá hoy sea el día correcto para contarlo.
Yo voy a mi Club desde que tengo 5 años. Toda mi familia, primos, hermanos, padres y tíos son del Club. Cientos de tardes hemos tomado el té en la Hermosa casa que está detrás del in goal de, precisamente, La Casa. La pileta era nuestro lugar durante el verano y llegábamos a casa, que estaba ubicada a trescientos metros de la puerta del Club, ya entrada la noche, para cenar entre sueños y dormir instantáneamente. Mis viejos se conocieron en el Club. Yo he jugado tenis, squash, por supuesto rugby. El Club es mi vida, mi casa y mi familia. Y también el jardín particular de nuestro departamento familiar. Yo amo los colores de mi Club como ninguna otra combinación de colores y mi habitación (y hasta mi bolsa de golf) tiene los colores amados. Eso es lo que siento por mi Club.
Juego desde predecima con mis hermanos, primos y amigos. He sido jugador, entrenador, referee y hasta miembro de la capitanía en la parte de jugadores infantiles. Hoy en día algunos de los mejores jugadores de mi Club han sido entrenados por mi y les he transmitido el profundo amor que siento por el y por sus colores. Hasta el vestuario tiene un lugar que es mío, que nadie usa o que si hay alguien cuando llego, se corre para dejarme mi espacio disponible para mí.
Hace algunos no tantos años, el Club se jugaba una instancia decisiva, el siempre temido descenso que tanto duele porque nosotros somos un Club que está en esa categoría desde siempre, que nos merecemos por nivel y por historia, pero diferentes desgracias como la mala suerte y algunas lesiones o retiros anticipados nos privaron del juego de grandes deportistas y nos encontramos en esta instancia que nadie desea y había que enfrentarla.
Así las cosas, llega el último partido del campeonato, todo a suerte y verdad, entre los dos equipos que disputábamos el descenso, quizá el peor de los escenarios, ya que podríamos haber jugado con alguno que no le importara demasiado y así quizá ellos no pondrían su máximo esfuerzo pero el caso es que nuestro contrincante era nuestro rival directo por la caída al abismo. Pero nosotros teníamos la enorme ventaja de jugar de local. Yo (y todos) conocíamos cada pozo, cada milímetro de nuestra no muy grande cancha, yo ya había pateado a los palos desde todas las posiciones posibles y sabia hasta como era el viento arriba, provocado por los arboles y las edificaciones cercanas. La ventaja de ser local iba a ser definitoria.
Cuando llego la semana previa, nos entrenamos como siempre, confiados, pero le agregamos un par de días al entrenamiento, trotamos el Lunes, hicimos técnico el Miércoles, que junto a los típicos Martes y Jueves nos ponía de la mejor forma para el compromiso tan temido. El viernes nos juntamos para cenar en el Club. Era la última fecha del campeonato y los rivales directos se enfrentaban. Hasta la tele iba a estar en el Club porque el campeón ya había Ganado su torneo la semana previa, así que lo único que quedaba por definirse antes del seven era el descenso. Y llego el día.
El sábado el Club estaba como nunca. Llegue temprano y estaba atestado. Todos me saludaban, me daban fuerzas y confianza, me pedían que jugara como siempre. Es difícil jugar “ como siempre” ya que la presión era terrible, pero no dudaba de que fuéramos a jugar bien, brindándonos al máximo, tal como hicimos siempre, en la división que hayamos jugado.
Me cambie en mi lugar de siempre, la intermedia iba ganando lo cual era un buen presagio. El vestuario era un hervidero. Decenas y decenas de personas pasaban siquiera a vernos cambiar la ropa por el equipo del Club, los colores queridos. Tuvimos que pedir que nadie más pase, porque todo era un quilombo. Teníamos mucha confianza, y no digo que hubiera una fiesta preparada, pero nos sentíamos seguros y confiados. Nuestro rugby era solido, es nuestro campo y podemos ganar.
Entramos en calor al lado de las canchas de tenis y nos volvimos al vestuario, para la última charla y para ponernos los zapatos. El Club era una caldera y estaba a pleno, no cabía ni un alma en ningún lado. Y nos fuimos para la cancha.
Salimos en hilera, al trote firme, y al pisar el campo se escucha la explosión de la tribuna que estaba colmada. Mi Corazón latía firme. Hoy es el día me dije. Hoy es el día que el Club me necesita más que nunca. Hoy vamos a ganar.
Miles de papelitos invadieron el césped, rollos de papel, cornetas aullando repiqueteaban el aire, y se viene el partido. Terrible. Parejo. Pero nosotros mejor.
Vamos y venimos, una pelota que se le cae a Cali Mareque (jugamos juntos en todas las divisiones) y los otros la levantan y se van hasta nuestro ingoal. Cinco abajo. Cinco abajo porque el try fue en la bandera y el pateador de ellos erra la conversión. No importa les digo. Vamos que podemos. El sol pegaba firme desde el cielo de Octubre, y el viento que siempre está presente hoy no había venido. Penal a favor en mitad de cancha. Pido palos. Soy el 10, el apertura el pateador y en mis pies va parte de los puntos de mi equipo. De hecho soy el que más puntos hizo en todo el campeonato, entre tries, conversiones y penales. Ahí estamos entonces la pelota y yo, sin viento, la casa del Club detrás de la hache que espera mi patada y ahí voy. No le entro demasiado bien y va a ser corta pero de repente aparece el viento que empuja mi pelota que entra en medio de la hache, explota el Club, y 3-5. Vamos chicos. Veinte minutos del primero y penal en contra porque el gordo Tetch, que siempre me robaba comida, metió la mano en un ruck, en medio de la locura y la desesperación. Lo encaro al gordo y le pido tranquilidad, que no nos ganen los nervios, que podemos ganar sin hacer cagadas. El burro del apertura de ellos mete ese penal desde una posición bien difícil y con la pierna cambiada, así que seguimos 3-8. Nos vamos para arriba, scrum sobre la izquierda en 22 metros de ellos, el enano Caamaño me tira una bola que no termina de llegar nunca (yo estaba a 35 metros de el, justo frente a los palos, pisando las cuarenta) y despacho un drop que entra por el medio y que termina de caer cerca de las mesas de la terraza. 6-8 dice el tablero. Esta difícil pero se puede. Salen, corremos, pasamos, tackleamos mucho, robamos en un maul, el enano me tira un pase en 30 metros de ellos, amago, pasa el diez de largo, piso para afuera, me voy para el in goal, se viene el wing ciego, lo mido, piso una vez más para afuera lo que hace que el se frene, y piso para adentro dejándolo parado y me falta el full back. Viene el lungo Alo (cuyo nombre es Alonso pero que no es su apellido) como una locomotora, tomo la marca, la dejo colgada, la agarra el lungo que se va para los palos, viene el wing del otro lado y yo ya estoy en apoyo, lo tocan al lungo que me la tira, la tomo al voleo y con una mano (venia muy arriba) y entro en velocidad hasta marcar un try casi abajo de los palos. 11-8 y conversión accesible. Disfruto los minutos antes de patear. Atrás del in goal están los viejos del Club que casi me criaron. En la esquina izquierda los enanos de la 7ma. División que entreno. En la terraza los viejos de mis amigos. El sol me pega de lleno y aunque hace calor, ya no lo siento. Ya marque 11 puntos y voy a marcar 2 mas. Si seguimos así nos salvamos. Le pego suave y mientras la pelota pasa entre los postes escucho la ovación de todo el Club. 13-8 y al descanso.
Estamos todos excitados, acelerados. Hablamos todos juntos y a la vez. Nos calma el Sapo, el entrenador, y bajamos los decibeles. Calma, nos pide. Tranquilos que viene.