Lomu…oooh…oooh
Frankie Deges da su visión sobre un rugbier inigualable
“Lomu…oooh…oooh,” relataba el reconocido comentarista neozelandés Keith Quinn, en un grito casi orgásmico, en la semifinal de Rugby World Cup 1995 cuando el gigante wing de los All Blacks se llevaba puesto al pobre Mike Catt para el primero de los cuatro tries contra los ingleses.
Ese partido, dicen, definió el buen comienzo del rugby profesional. Si bien Jonah Lomu había debutado un año antes en los All Blacks, muy cerca había estado de no ir a ese Mundial. Lo que hizo en una gloriosa tarde de sol en Newlands convenció a Rupert Murdoch, el multimillonario que estaba en el medio de una carrera por cerrar contratos televisivos con el también australiano Kerry Packer, que quería invertir en el rugby.
“Quiero a ese jugador,” dicen que dijo mientras veía el partido en su mansión de Sydney. En vez de convertirse en un circo profesional por fuera de las uniones, se creó SANZAR para firmar el contrato de 550 millones por diez años que marcó, claramente, el comienzo del rugby profesional.
El año anterior, con 19 años y 45 días, se convertía en el All Black más joven de la historia al debutar con Francia. No fue una buena serie. Con pocos meses en el rugby de adultos, su poca experiencia quedó expuesta. No ayudó que los franceses ganaran los dos partidos. Laurie Mains, el hosco ex fullback neozelandés devenido en coach, lo desechó. “No entiendo a los del Pacífico Sur,” le confió a Eric Rush sobre el gigante wing que se reconocía como un tongano nacido en Nueva Zelanda.
Rush lo había visto jugando en el Wesley College tres años antes y con 15 años lo había invitado a un seven en Singapur en la época que Rushie era un embajador itinerante del rugby reducido y viajaba con sus amigos por todo el mundo. Lomu escuchaba al capitán del seven; le hacía caso.
En enero de 1995 el seleccionado de seven de Nueva Zelanda vino a jugar en Punta del Este y Mar del Plata. Rush, que estaba en el plantel que se preparaba para el Mundial viajó a Punta del Este como invitado y volvió a la pretemporada. Lomu jugó en el torneo en Uruguay que ganaron Los Pumas y después en la final que ganaron en Mar del Plata. Lejos estaba del Mundial en ese cálido enero.
Rush, Frank Bunce y Glen Osborne lo conocían bien del seven y se encargaron de convencer a Mains de que lo llamara de nuevo y a Lomu de que intentara caerle bien al entrenador. Tenía que mejorar mucho su estado físico pero con sus amigos y mentores acompañándolo funcionó. Terminó siendo lo que fue.
Si no hubiera sido por esto, Lomu se hubiera ido a Australia al rugby league y la historia del rugby hubiese sido seguramente otra.
De los sevens que venían a Sudamérica conocía a esos jugadores. Dos o tres días antes de la final del Mundial 1995, llegaron los cuatro a un restorán de comida rápida, sería McDonald’s o KFC, no lo recuerdo, en el que ya estaba comiendo. Era en el subsuelo, cerca del cine al que había ido a ver Tonto y Retonto (las cosas que uno se acuerda…). Pude cenar porque ya estaba ahí. El ingreso de Lomu hizo que tuvieran que cerrar la puerta de la cantidad de gente que lo seguía.
Terminamos comiendo y charlando con la gente que miraba del otro lado de la vidriera. El le metía a la hamburguesa o al pollo como si nada estuviera pasando ahí afuera, hasta con vergüenza. Para irse tuvieron que ser escoltados. Rush, Osborne y Bunce no solo se reían sino que hacían lo que podían para incomodarlo. “A partir del ’95 mi vida no fue más mía,” dijo.
En cierta medida, Lomu se convirtió en el Maradona de nuestro rugby. Por ser el mejor y por estar bajo la lupa constante, todo el tiempo. El del fútbol no pudo manejar la fama (seguramente mucho más asfixiante que cualquier cosa que haya vivido Lomu) y su vida fue un constante compendio de errores y malas decisiones en el ojo del público.
Lomu, que poco después del Mundial se enteró que tenía una afección en el riñón y la mantuvo en privado durante el tiempo que pudo. Aún así, y después de dejar de jugar un tiempo, volvió al Mundial de 1999. Si bien fue una de las figuras de ese torneo, los All Blacks perdieron en la semifinal y volvieron sin haber cumplido el objetivo.
El seven era su pasión y cuando en Mar del Plata se jugó el tercer Mundial, lo de Lomu fue impresionante. Nueva Zelanda había llegado como gran candidato, pero en la segunda noche Eric Rush se quebró la pierna. Fue tan complicada la lesión que la opción fue que regresara a la mañana siguiente, en el tercer y último día del Mundial, para ser operado de urgencia. En el Sheraton, al subirse en el auto que lo llevaría al aeropuerto, Lomu inició un haka de despedida en honor al capitán caído.
La bronca contenida por la ausencia de su amigo se la descargó contra los australianos -a un par los trató como lomas de burro- los pasó directamente por arriba para conseguir el único título mundial en su CV.
Dos años más tarde, estaba en un estado físico lastimoso, lo vi en una cena durante el Mundial y casi no podía caminar. Ir hasta el estrado le costó mucho y parecía que su futuro era bien oscuro. A diferencia de Maradona, buscó siempre la superación, superarse, mejorar. Un trasplante de riñón le mejoró la vida, pero no le permitió volver a jugar competitivamente.
Como embajador internacional de varias empresas, vino a Argentina en varias ocasiones. Siempre era el mismo: tímido, humilde, agradable, dispuesto.
Le hubiera encantado ver al rugby seven en los Juegos Olímpicos – fue, con su amigo Agustín Pichot, uno de los que hizo la presentación final al Comité Olímpico Internacional antes de que se decidiera la readmisión del rugby.
Después de estar un par de meses en Europa cumpliendo compromisos televisivos y comerciales durante el Mundial, al regresar con su familia a Auckland, el cuerpo le dijo basta. Si uno mira por ejemplo el video en el que sale de adentro de una caja dispensadora de pelotas firmadas, notará en sus brazos el efecto de tanta diálisis.
La forma en que afectó al mundo su muerte es reflejo de cómo afectó su vida más allá de nuestro deporte. Fue el Maradona del rugby, fue un ícono positivo, fue un referente.
“El país está de luto,” me comentaba por skype el entrañable Keith Quinn mientras me mostraba como el New Zealand Herald homenajeaba a Lomu con una cubierta en negro con su cara y una frase célebre del gigante. “Los diarios, la radio…hasta en Sky armaron el canal de Jonah para pasar los partidos más famosos de su carrera.”
Se retiró Richie McCaw. Con horrible timing – esas son decisiones de sus asesores – no postergó el anuncio y quedó en el medio del ciclo de la noticia de la muerte de Lomu. El mejor jugador de la historia con el jugador más famoso de la historia compitiendo por el espacio es triste. Casi trágico.
¿Trágico? No, tragedia es tener que despedir a Lomu a los 40.
Por Frankie Deges
A Pleno Rugby