Leyendas del Camino a San Carlos
Rugby Historias | Taborin RC | El Trampero
Los recuerdos me llevaron una y otra vez a «El Trampero» del Camino a San Carlos. Al viejo, angosto y desparejo camino de asfalto que me conducia hacia el y a las quintas del sur.
A los entrenamientos en doble turno, al sentir el aroma de la tierra mojada, el olor a campo, en donde en las noches frias de invierno luego de cruzar el puente de la circunvalacion, la temperatura siempre estaba cinco grados menos con respecto a la ciudad.
Al almacen del viejo Galoppa, aquel de los envases protagónicos que cobraban demasiada importancia por la señora de pocas pulgas que no te dejaba sacar ninguno, ni aún si tomabas la coca sentado en la misma puerta de acceso.
Al pool de Don Julio, ese recinto oscuro (de día o de noche) impregnado con olor a vino y tabaco en donde el tiempo parecia haberse detenido. Poblado de lugareños y campesinos fanáticos de los juegos de cartas, domino, bochas y pool. Si te atrevías por ahi a participar en alguna partida de pool estabas condenado a la derrota. Hacer un poncho alli equivalia a tener que dejar automáticamente la ficha aún sin haber terminado el partido, ya que te encontrabas con vagos profesionales en el arte del juego del billar que te pelaban al instante.
Alli tambien en ese bar de puertas altas, rústicas y antiguas, recurriamos a buscar aquel sandwich abundante de queso y salame de última hora cuando el tercer tiempo escaseaba. Si eras un tanto aventurero y te animabas atravesarlo, el bar en su parte posterior tenía una puerta que te hacia desembocar a una cancha de fútbol reglamentaria. La misma, estaba semi-escondida y perdida entre medio de los árboles y alli se disputaban partidos de una liga comercial que solo los protagonistas conocían.
Todo parecia secreto. En uno de sus laterales, una cancha de bochas en donde los espectadores del partido de fútbol se sacaban chispas en un partido paralelo alternando la atención entre competencias, festejando ruidosamente cuando alguien, «arrimaba el bochin» o algun jugador de fútbol marcaba un gol. Parecia un polideportivo dividido por el canal de riego de las quintas. No faltaba ninguna actividad. Y los personajes…Que personajes!
A los asados de la primera hora, hechos sobre una carretilla al aire libre, sin quincho, sin nada, a la intemperie y comidos a lo guaso en una rueda formada por los que se acercaban entre medio del humo tratando de pescar algun bocado que hubiera quedado.
A las tardes de sábado, las de ajustes previos al partido y de tocatas rabiosas que terminaban en largas charlas con la firme meta de concretar el sueño de tener todos los dias un mejor club. A las noches de Regent, y los Dos Conejos, cuando cualquier pretexto era valido para juntarse y hablar de rugby.
A los precalentamientos detras del quincho del otro lado de la ruta el dia del partido, la preparacion previa, el ritual del vestuario, la concentración y ese lugar que nos hacia meter totalmente en el partido, sin distracciones. Al cruce de la calle, el ruido de los tapones en el asfalto y la entrada del equipo a la cancha, que momentos! que emoción!
Esos recuerdos me hicieron reencontrarme con los amigos de siempre, aquellos de toda la vida, con los que solo por el amor al deporte vivian y compartian a muerte ese sentimiento y pasión por el juego de rugby. No puedo entonces evitar emocionarme, debe ser pues que como dicen, cuando uno empieza a mirar hacia atrás es señal de que ya se esta volviendo viejo.
Dicen los lugareños que en las noches frias de invierno aún se escuchan a lo lejos, gritos y palabras traidas por el viento, aquellas que los entrenadores solian decir a sus dirigidos. Esos mismos que con sus cuerpos transpirados y emanando vapor continuaban una y otra vez con la rutina implementada buscando la perfección en el movimiento para concluir satisfechos la práctica del día y lograr así que en el menor tiempo posible todos sus sueños se volvieran realidad.
Por Pablo Csaky
@pablocsaky
