Las sanas tradiciones
TRADICIÓN significa entrega, de todo aquél bagaje cultural que va pasando de una generación a otra. Mantener vivo ese legado es quizás una de las tareas más difíciles que enfrentan los dirigentes, managers y entrenadores de un club como Tucumán Rugby, institución tan rica en su historia.
Se puede y debe tener consecuencia con el mensaje de los fundadores, que es actual, respetado e inobjetado. Prueba de lo que decimos fue una pequeña clínica rugbística que nos ofrecieron en el mes de Septiembre dos leyendas verdinegras: Basilio Carrasco e Isaías Nogués, quienes deleitaron a los más chicos (M.7 y M.8) durante una radiante mañana de entrenamiento. Los padres asistentes también gozaron de las ocurrencias de estos sabios de la tribu, quienes no dejan de ser un nexo vivo entre aquellos que tuvieron este sueño hecho club, allá por la década de 1940 y esta realidad actual, que con sus luces y sombras, va forjando un nuevo eslabón en la historia. Son de alguna manera los custodios de aquél mensaje fundacional: Más que un club, una amistad.
Quizás aquello me daba vueltas en la cabeza en el último partido de infantiles que dirigí en el club la semana pasada. Mientras jugaban equipos verdes y negros de los más pequeños, uno de ellos me recriminó un fallo. Inmediatamente detuve el partido, llamé a todos a la cancha (suplentes incluidos y hasta algún desprevenido padre de yapa) y comencé una perorata en la cual manifesté a viva voz aquella enseñanza: ¡Un jugador de Tucumán Rugby no debe jamás discutir un fallo, y si el árbitro lo llama, debe respetuosamente bajar la cabeza y escuchar con atención y absoluto silencio lo que nos dice, es que dentro de la cancha, el árbitro es como nuestro padre o maestro y jamás se le discute!…de pronto me di cuenta que no era yo quién hablaba: era mi entrenador de infantiles Horacio Poviña (padre), quién hablaba a través mío, con palabras con las cuales hace más de treinta años me recriminaba la misma falta.
Aquellos maestros nos enseñaron que ponerse la verdinegra traía aparejado más obligaciones que derechos: jugar con toda la garra y el corazón hasta el último minuto del partido (pero jugando limpio) entregarse en cuerpo y alma al equipo (siempre considerándonos sólo una parte del todo, con humildad) levantarnos de inmediato ante cualquier golpe, nunca darnos por vencidos (aunque las circunstancias indiquen que ya no existen posibilidades de éxito). Para un verdadero deportista, lo que está en el pasto es un circunstancial rival (por ello lo respetamos, como el amigo que es) un golpe desleal se contesta con un buen tackle, (siempre debajo de la cintura) y porque el rugby nos manda a ser caballeros, evitamos regodearnos en nuestros triunfos (festejar desmedidamente o burlarse del contrario vencido no encaja con nuestros principios). Silbar al pateador contrario resulta una deslealtad deportiva, y desaprobamos a cualquiera en nuestra tribuna que practica esta verdadera estupidez.
Los fundadores nos enseñaron que las reglas están para ser cumplidas, nunca para aprender como vulnerarlas sin ser descubiertos. Si no somos leales en la cancha, mucho menos lo seremos en la vida.
Aquellos ingleses que fundaron el club sembraron la semilla de un deporte noble, que tuvo en Tucumán un suelo fértil. La potencia rugbística que hoy es nuestra provincia, ha sido cimentada durante muchas generaciones, forjándose una mística inigualable.
Por todo ello, recordar a personajes esenciales de nuestro deporte como Carlos Veco Villegas (tan amigo de nuestro club y del rugby tucumano) nos retrotrae a las enseñanzas de las que Villegas y su Maestro Catamarca Ocampo fueron cultores. Es así, que cuando creamos que nuestras convicciones flaquean o nuestras fuerzas resultan insuficientes, debemos volver la mirada hacia aquellos quienes, con su fuerza espiritual hicieron posible que nuestro rugby sea el deporte formador de personas por excelencia en el mundo entero.
Por Jose Maria Posse